LA CUEVA DE CASTAÑAR DE IBOR: UN DERROCHE DE BELLEZA


A tan sólo 200 km de Madrid por la N-V, y dejándola un poco antes de Navalmoral de la Mata para tomar la Ex118 dirección Guadalupe,se encuentra una de las cuevas más hermosas que hallamos podido visitar. Única en su género y de las que hay unas 5 en todo el mundo, esculpida por la cal y el agua con la paciencia que millones de años dan y la perfección que solo en la naturaleza podemos encontrar, esta cueva de aragonito encierra en sus entrañas una de las bellezas más exuberantes, extrañas y hermosas que hayamos podido disfrutar. Y digo disfrutar porque su visita, como todo en ella, no es nada convencional.
Una estrecha chimenea vertical nos desciende a través de una escalera clavada en la pared a unos 20 metros de profundidad. La humedad y el calor se dejan sentir. Nos sumergimos en un extraño mundo de luces y sombras, de claroscuros y tonos monocordes y según descendemos ligeramente a lo largo de un tunel nuestros ojos se acostumbran a esta nueva tonalidad. Hemos sustituido los vivos colores de la primavera exterior, por los ocres y pardos de este extraño “mundo interior”, tonos y formas que comienzan a descubrir las tenues luces de las linternas de nuestros cascos. Asegurando nuestros pasos continuamos nuestro camino y comenzamos a percibir en un lateral un extraño manto lechoso manchado con tonos ocres y pardos que se extiende a lo largo cuajado de minúsculas agujas de cristal como una gran costra de sal. Poco a poco las formas se perfilan, los cristales se comienzan a dibujar claramente y los escasos colores que dominan en la cueva adoptan distintas intensidades y tonos jugando con nuestros ojos que nos muestran un extraño espectáculo que parece salido de una película de ciencia ficción. Ante nuestros ojos se extienden paredes y techos cubiertos por un manto lechoso con formaciones semejantes a corales de color blanco combinados con pardos, marrones más claros, oscuros, grises y
azulados, que aparecen congelados y suspendidos en el vacio. Pero es roca y cristal de una belleza inusual. Contemplábamos una especie de fondo
marino pero en la profundidad de la tierra, decorando techos de negra pizarra o roja arcilla, extendiéndose hasta donde nuestras linternas alcanzaban.
Pero lo mejor estaba por llegar y poco a poco ante nuestros ojos se mostraban paredes y techos cuajados de finas agujas de cristal de tamaño y grosor variado cuyas bases o puntas se reunen arriba o abajo, formando como blancos arrecifes de coral, combinándose caprichosamente para dar como resultado un espectáculo de una belleza de difícil descripción: son cristalizaciones arborescentes que podrían ser miles de estrellas de cristal blanco y transparente, o quizás erizos de mar, pero de un blanco casi inmaculado de distintos tamaños y formas, o cristales o agujas de hielo que juegan a no repetir, ni siquiera aproximar, una forma con otra, o quizas miles de patas de insectos de tamaño y formas caprichosas cristalizadas atrapadas en el hechizo de algún mago de leyenda... flores de aragonito. La delicadeza y fragilidad de estas formaciones se suman al espectáculo que entra por mis ojos: no sólo contemplo maravillada, sino que “siento”. Tímidamente acerco mi dedo a una de estas agujas de cristal y lo dejo a escasos milímetros. Puedo sentir su la fragilidad y me siento sobrecogida por lo que se extiende a mi alrededor. Una gota de agua en el extremo apenas se distingue de esta aguja formando un conjunto indisoluble y armonioso.
Contemplar las paredes y techo era como observar como si reventaran o hubieran reventado flores de mil formas y tamaños.

Cuando se contempla algo tan único como esto, algo tan bello, algo tan frágil y delicado, es difícil encontrar palabras para describirlo porque además es inevitable sentir esta extraña belleza y descubres que lo que contemplas sólo se aproxima a lo que has imaginado, que la realidad es más hermosa que nuestra imaginación, y extrañamente esta realidad supera el poder de nuestra imaginación

El tópico de que ningún escultor sería capaz de realizar una obra así, de una belleza tan inmensa, profunda y delicada, se puede aplicar aquí. Pero además su fuerza y su vida se percibe. Al principio somos avisados muy seriamente de la prohibición total de tocar cualquier formación. Si alguien vulnera esta regla, se acaba la visita para todo el grupo. Pero puedo decir que aunque se hubiera podido, me he sentido absolutamente incapaz de acercar mi dedo para tan solo rozar el milagro. Cuando dejaba mis ojos a escasos centímetros de alguna aguja, sentía su extremada fragilidad y tenía la sensación de que al igual que un cristal de hielo, se podría derretir y desaparecer. Como si fuera fruto de un sueño y al tocarlo se fuera a disolver. Curiosamente en mí, me sentí plenamente satisfecha sólo con contemplar y admirar lo que quizas, si cabría algun calificativo que lo pudiera definir sería “milagro de belleza”. Y es extraña y sobrecogedora, por desconocida y exótica. La belleza del mundo exterior es distinta a ésta. Allá fuera se combinan olores, colores, tonos, luces, relieves...pero en este extraño mundo interior todo está reducido a la mínima expresión, es un mundo subterráneo silencioso, de sombras, por lo que el descubrimiento de esta belleza es, si cabe, aún mayor y sorprendente por que con muy poco se logra un espectáculo sin igual.
Nuestros guias Antonio y Ana, formaban parte del misterio de esta cueva. Ana con el entusiasmo característico de quien siente algo bello como suyo, y una dulzura particular, nos irradiaba su admiración por la belleza y el misterio de este lugar amplificando aún más lo que cada uno contemplaba y sentía. Se detenía en determinados puntos un poco más complicados de lo normal para dirigir nuestros movimientos evitando que pudiéramos rozar cualquier formación. Lamentamos no disfrutar de la galería “el jardín” que estaba cerrada debido al descubrimiento de un hongo.

Y llegamos al final. Allí tomamos asiento y quedamos a 2 metros escasos y a la altura de nuestros ojos, de una gran pared cuajada de millones de puntas de roca y cristal que formaban flores, corales, estrellas....de un blanco casi inmaculado. Podría haber estado
horas y horas contemplado cada centímetro cuadrado de esta pared. Nuestros ojos
trataban de recorrerla una y otra vez para retenerla en nuestra memoria. Allí sentados, apagamos nuestras linternas y nos sumimos en una oscuridad absoluta y un silencio que cualquier leve movimiento o roce rompía. Allí, disolviéndome por un instante en esta cerrada oscuridad y sobrecogida aún por esta extraña belleza, pasé a ser parte de la cueva, porque está viva.




Algún dato técnico
Todas las cuevas que conocemos se forman por la filtración de agua que contiene carbonato cálcico (cal). Este carbonato cálcico puede cristalizar en calcita originando las más conocidas estalactitas y estalacmitas. Pero a veces, dependiendo de determinadas condiciones, este carbonato cálcico cristaliza en aragonito arborescente dando lugar a estas formaciones similares a arrecifes de coral cuajados de finas agujas que por su rareza las dota de una espectacular belleza y valor científico. En la cueva existen tambien formaciones de calcita, pero tan solo es un 20% de la cueva. El resto, el 80% son formaciones de aragonito. El aragonito y la calcita, teñidos a veces por los óxidos de hierro y de manganeso, proporcionan un auténtico espectáculo de formas y colores

Está excavada en rocas compuestas por alternancias de dolomías y de pizarras, materiales que no son fácilmente solubles, lo que supone una de las muchas singularidades de la Cueva de Castañar.

La cueva está considerada una de las mas importantes de España. Labrada en materiales del Precámbrico de 500 millones de años, ofrece una extraordinaria cantidad de espeleotemas, de calcita y aragonito, difícilmente igualable en variedad, colorido y belleza. El recorrido total es de unos 2 km con muy poco desnivel. El aragonito y la calcita, teñidos a veces por los óxidos de hierro y de manganeso, proporcionan un auténtico espectáculo de formas y colores.

Localización y visita.

Se encuentra en Castañar de Ibor, Cáceres, siguiendo el camino hacia el camping y dispone de un centro de interpretación.
La visita se ha solicitar por escrito. La demora a noviembre de 2009 es, en principio (la cueva está cerrada por haber sufrido una "contaminación") de 3 años.
Las fotografías que aparecen han sido tomadas previa solicitud por escrito y consentimiento de la Dirección General de Medio Ambiente de la Consejería de Agricultura y Medio Ambiente de la Junta de Extremadura.

Alrededores

Se puede realizar un bonito itinerario por la zona de “los ibores”, donde, entre otras, se puede disfrutar de bosques de madroños. No muy lejos se encuentra la impresionante localidad de Guadalupe. No solo su afamado monasterio merece una detenida visita. Sus callejuelas nos brindan un delicioso paseo. Podeis disfrutar en cualquier establecimiento de las migas extremeñas y para los golosos, de una deliciosa tarta de queso de los ibores que sirven en el Parador Nacional. Y un poco más alla, no podemos olvidar Trujillo, con sus nobles casas, empedradas calles e impresionante plaza. En una palabra: podeis dedicarle desde una mañana si salís de Madrid, hasta un bonito fin de semana o un recorrido más prolongado si venís de otro lugar más alejado.


La cueva de Castañar de Ibor, fue declarada Monumento Natural en el año 1997 por su elevado valor ambiental, se trata de una verdadera joya geológica, con gran cantidad de formaciones de cristales de aragonito de una fragilidad extraordinaria, por lo que es necesario para su conservación controlar rigurosamente las visitas a su interior.
Al no ser una cavidad acondicionada para el turismo las visitas se realizan al más puro estilo espeleológico, la cavidad es cálida y con una humedad elevada, siendo por lo tanto una actividad que requiere una exigencia física de tipo medio y excluyente para personas con problemas de tipo cardiaco, respiratorio o cualquier otro incompatible con una actividad en este tipo de entornos.

MAS INFORMACIÓN

Centro de interpretación: Tlf. 927.55.46.35. Ayuntamiento de Castañar de Ibor. Tlf. 927.55.40.02

http://www.castanardeibor.com/cuevas.html http://espaciosprotegidos.suite101.net/article.cfm/la_cueva_de_castanar_de_ibor


SOLICITUD DE LA VISITA

Las visitas a la cavidad se solicitarán :
Por fax al nº 927 55 46 35
Por E-Mail a la dirección : cuevacastanar@aym.juntaex.es
Por escrito a : Centro de Interpretación de la Cueva de Castañar ( Ctra. del camping s/n. 10.340 Castañar de Ibor ( Cáceres) )
En la petición constará : Nombre, DNI, teléfono de contacto/fax/mail del solicitante. En caso de constituir un grupo de 5 personas, indicar los datos de todos los componentes.

(aunque recomiendan enviar la solicitud por fax, lo mejor es llamar primero por teléfono para que os puedan explicar los detalles, requisitos, etc.).

(Visita realizada en mayo de 2005. Relato publicado en diciembre de 2009.)

LAS RIAS BAJAS: VERDE Y AZUL (de Santiago de Compostela a Tuí, por la costa)

Llevábamos algunos años intentando “atacar” Galicia en Semana Santa, pero las previsiones de tiempo lluvioso nos habían hecho desistir. Galicia es de las pocas regiones españolas que aún no conociamos. Después de haber llegado el verano pasado a Cabo norte era como una espinita que teníamos clavada.

Pero las previsiones para estos días no eran muy halagüeñas, pronosticando lluvia para 3 de los 5 días que íbamos a estar. No obstante pusimos rumbo a Santiago de Compostela. Esta vez, un pequeño mal de Raul le obligó a acompañarnos y creo que no se arrepintió.
El relato lo he dividido para facilitar su lectura en los siguientes apartados
  • A Santiago de Compostela
  • Noia
  • El castro de Baroña
  • El sueño de Xuño
  • Corrubedo y su duna
  • El mirador de la Curota
  • Las islas
  • El montasterio de Armenteira
  • Combarro
  • Un día místico. Cabo Home
  • Monasterio de Oia y Baiona
  • Los molinos de Folón y Picón
  • Santa Tecla
  • Tui
A Santiago de Compostela
El viernes 3 de marzo partimos para dormir en un pueblecito tranquilo cercano a la autovía en Trasmiras. El sábado día 4 salimos a las 9,30 con Santiago de Compostela como nuestro primer destino a donde llegamos sobre las 11,15. Intentamos encontrar el aparcamiento de la estación de Adif en la Rua del horreo donde se pueden dejar autocaravanas, pero el tomtorrom nos enviaba por direcciones prohibidas y después de dar unas cuantas vueltas, preguntamos a un controlador de la hora quién nos dijo que a las 12 se acababa la zona de carga y descarga, donde estábamos, así que esperamos 20 minutos ya las 12,05 papelito que nos cubría hasta las 14:00, hora en que se acababa el estacionamiento controlado por ser sábado. ¡qué suerte la nuestra! Porque realmente es difícil aparcar en esta ciudad.
Nos dirigimos en primer lugar a la Plaza del Obradoiro pasando por la animada y pintoresca rua do Franco, llena de tabernas, restaurantes, tiendas de regalos y dulces que nos ofrecían probar, deliciosos trozos de feuchos o de tarta de Santiago. Como decía un joven, con un par de pasadas sales “comido”. Admiramos el claustro del colegio de Fonseca para adentrarnos de lleno en la maravilla de piedra que es la plaza del Obradoiro, impresionante y digno marco de la magnífica catedral. Muchas veces la había visto en televisión, pero estar allí, a sus pies, girar en redondo y disfrutar de este magnífico y mágico lugar despertaba en mi sensaciones que sin duda alguno no se tienen delante de la pantalla. Había gente, pero no mucha, peregrinos jóvenes principalmente y algún pequeño grupo de excursiones.
En el interior estaba a punto de comenzar el vuelo del botafumeiro. Casi no me dio tiempo a asimilar lo que sin duda fue el momento más impresionante del día. Lejos de mi imaginación el poder contemplar este espectáculo por lo que según se elevaba y empezaba a oscilar, diversas emociones se agolparon en mí: sorpresa, alegría, perplejidad...pensar cuantos cientos de miles de peregrinos durante 800 años venidos de todas partes del mundo habían podido ver lo mismo que yo veía ahora...Y en el tiempo que duró casi no pude asimilar las emociones que sentí.

Tras cumplir con la tradición de abrazar al santo y bajar a la cripta, salimos a contemplar con mayor tranquilidad el pórtico de la gloria que estaba en restauración por lo que apenas pudimos disfrutar de él, unicamente de la imagen del apóstol en el parteluz.

Una vez fuera, dimos la vuelta a la catedral deteniéndonos en todas sus plazuelas y puertas, dedicando un poco más de tiempo a la del perdón y admirando la elegancia, sobriedad, pero sobre todo, la armonía de este impresionante monumento de piedra. Un magnífico conjunto levantado hace 800 años y que sigue causando en el viajero y peregrino la misma admiración que casi mil años atrás.

Paseamos luego por las calles de Santiago, por la zona de la universidad, deteniendonos en la casa de Troya y en la fachada del Monasterio de San Martín Pinario y llegamos al mercado de Abastos, que, aunque ya era tarde, aun mantenía puestos abiertos y su bullicioso ir y venir de gentes: una calle para frutas y verduras, otra para pescado que parecían ir a saltar a la cesta de frescos que estaban, otra para carnes...disfrutamos de este lugar y de sus gentes venidas para vender los productos frescos de sus huertas.
Terminamos en Costa Vella, volviendo por la Rua de San Francisco donde compramos unos feuchos y al final de nuevo nos encontramos en la Plaza del Obradoiro. Regresamos a la Autocaravana, hicimos unas pequeñas compras y a la salida de Santiago paramos para comer.

Noia
Nuestro segundo destino era Noia, el cementerio de la iglesia de Santa Maria Nova, lleno de lápidas, algunas del siglo X que dicen que muestran distintos gremios y donde nosotros pudimos ver algunas labradas. La iglesia de San Martiño merece también una visita por su espectacular fachada de grandes figuras escultóricas.

Eran tan solo las 5,30 por lo que decidimos dirigirnos un poco hacia el norte, a Muros. 30 km de ida y otros tanto de vuelta bordeando la ría salpicada de pueblos y pequeñas aldeas que se sucedían rapidamente y donde se mecían placidamente las bateas. Viejos Horreos se combinaban extrañamente con construcciones nuevas, muchas sin acabar. Entre la indecisión y no encontrar sitio donde queriamos, dimos la vuelta y nos alejamos de Muros poniendo rumbo a nuestro lugar de destino por hoy: Porto de Novo. Intentamos encontrar un lugar en el monte que alguien del foro de Acpasión nos recomentó, pero la carretera se estrechó no dando cabida a dos coches, y sin saber ni donde íbamos, ni cuanto quedaba, ni qué encontrariamos, nos dimos la vuelta hacia el puerto. Al final de éste había una explanada, pero cada vez nos volvemos más “exquisitos” y no nos gustó. De salida seguimos una señal que nos enviaba al polideportivo pensando que allí siempre suele haber aparcamientos, como así fue. Pero dando un paseo encontramos una pequeña “terraza” colgada sobre la rocosa costa junto al centro de salud, con vistas al mar, así es que cambiamos nuestra ubicación y nos quedamos allí, contemplando a través del parabrisas el océano atlántico y un poco a nuestra derecha el pueblo de Muros y su ría y a nuestros pies la escarpada y rocosa costa y justo frente a nosotros una preciosa puesta de sol. Enseguida abrí una ventana para comenzar a escribir este relato con el sonido de las gaviotas y el romper de las olas. De vez en cuando levanto la vista para no perderme este lujo de espectáculo.
El castro de Baroña
El día de hoy es todo un regalo: un cielo azul y un luminoso sol nos deslumbran a las 8,30 de la mañana. Pero estamos cansados y somos muy perezosos. Hasta las 9 no nos movemos y no partimos antes de las 9,30.

Ya en la carretera enseguida damos con la señal de “Castro de Baroña”. Dejamos la autocaravana junto al restaurante y seguimos las indicaciones que nos introducen en un pequeño bosque autóctono. Luego el camino se bifurca y tomamos el derecho. A asomarnos al mar es Raul el que divisa a lo lejos las formas redondas del Castro. A nuestra izquierda una pequeña y solitaria playa de arena dorada por la que Mara corre desenfrenada: no sabe qué hacer: si correr, saltar, hacer agujeros...Un poco más a la derecha otro playa más grande donde hay 3 o 4 surfistas jugando con las olas. A nuestra derecha, en una pequeña península, el Castro. Paseamos entre lo que hace unos cuantos miles de años debió de ser una animada ciudad en un lugar privilegiado por las vistas. Merece la pena darse un paseo hasta el mágico sitio.

El sueño de Xuño
Regresamos y la siguiente parada la hicimos en Xuño, buscando su playa recomendada por un forero. Una estrecha carretera nos conduce a ella, hasta el borde donde hay un hostal. Una ancha y cómoda pasarela de madera se extiende a lo largo de esta paradisicaca playa, permitiendo conservar su flora y a la vez disfrutar de un espectáculo donde los colores, la luz y el sonido son sobrecogedores. El color casi blanco de la arena, rojo oscuro de las rocas que salpican algunos rincones de la playa, azul oscuro del fondo del horizonte, azul claro del mar cercano y el blanco de la espuma de las olas al reventar en la orilla se mezclan creando un cuadro de una belleza casi sobrecogedora. La luz del sol intensifica estos colores y el sonido de las olas, junto con la soledad casi absoluta hace que disfrutemos de algo que a mi me resulta casi mágico.

Paseamos solitariamente hasta casi llenarnos, con Mara corriendo a nuestro lado y al fondo ....aparece lo único que en este momento no hubiera echado de menos de no verlo: un jinete con su caballo al que acercaba al mar. Por su actitud, éste parecía no haberlo visto nunca, al menos tan de cerca. Decidida me dirigí a él con toda la intención de pedirle el caballo para cumplir uno de mis sueños: dar una galopada, por breve que fuera, por la orilla del mar, haciendo saltar agua a ambos lados de los cascos del caballo. Y es que pese a que aún sigo disfrutando esporádicamente del placer de galopar por el campo a lomos de un caballo, con los años que tengo o cuando dejen de “conjurarse” varios factores, dejaré este vicio antes de conseguirlo. Pero parece que el jinete escucho hervir mi cerebro y lentamente se retiró. El lugar habría sido único por su soledad, y el marco, incomparable.

Corrubedo y su duna
Nos sentamos a contemplar cómo las olas reventaban y a escuchar su rugido. Luego decidimos regresar y pusimos proa hacia Corrubedo. Visitamos primero su faro y luego su famosa duna, muy protegida, al igual que todo el conjunto. Una pasarela de madera nos lleva hasta los pies de ésta que se extiende hacia la derecha e izquierda como un muro de unos 20 o 30 metros de altura. La vegetación de la zona está perfectamente conservada gracias a esta pasarela que impide que todos los que nos dirigimos a ella pateemos este lugar. Cerca ya de la hora de la comida, decidimos quedarnos en el aparcamiento de la duna y descansar un poco.

Alrededor de las 4 de la tarde partimos hacia el Mirador de la Curota, pero antes nos desviamos para ver el Dolmen de Xeito, señalado en la carretera, y situado en una bonita y tranquila zona de facil acceso y cerca de la carretera, porque llevábamos todos tal “pájara” que o estaba cerca o nos llevaban en “parigüelas”.

El Mirador de la Curota.
La subida al mirador de la Curota es facil y breve y a nuestros pies podemos contemplar toda la Ría de Arousa como un mapa que se desplegara: desde Ribeira a nuestra derecha hasta la Isla de la Toja, pasando por Villagarcía y la Isla de Arousa un poco más y también se divisaba la Isla de Sálvora. Una vista preciosa, todo un lujo para nuestros ojos.

Como la carretera continuaba y los coches subían, hicimos como los buenos castellanos, lo que dice el refrán:”¿dónde va Vicente?. Donde va la gente” y llegamos hasta un repetidor un poco más arriba. Aquí, además de la ría de Arousa, se dejaba ver la ría de Muros y Noia, aunque la calima impedía tener una buena vista.

Descendimos hasta Boiro, al area de autocaravanas, para darnos una buena ducha, cargar y descargar agua y poder afrontar los 2 o 3 días más que quedaban en nuestro recorrido. Seguimos las indicaciones del tomtom y aunque no nos dejó en el sitio exacto, si nos llevó a 100 m escasos, lo suficiente como para ver 3 autocaravanas. Nos sorprendió no su coste de 6 € en temporada alta y 3 € en la baja, sino que había que ir a abonarlo al aparcamiento del pueblo dibujado en un plano y que parecía algo distante. Al ser domingo estaba cerrado, lo que agradecimos por que no sé si hubieramos tenido ganas de ponernos a buscar el sitio de pago.

Nos dimos unas buenas duchas y un paseo por la playa. Cogí un puñado de berberechos que puse en agua con sal por la noche con idea de no indultar al que estuviera vivito. Del restaurante de enfrente nos llevamos una ración de pulpo para la cena del que dimos buena cuenta. Delicioso. Cargamos y descargamos agua y dimos por concluido el día.


Las Islas
Pusimos rumbo a la isla de Arousa, dejando atrás cerca del puente de Catoira dos barcos vikingos, un drakar y otro de menor tamaño, para continuar por Villagarcía y Villanova de Arousa hasta la Isla, sin dejar de llover, por lo que todo quedaba un poco deslucido.

Ya en la Isla de Arousa contemplamos por unos minutos a los mariscadores trabajar desde sus pequeñas barcas y bajo una capa de lluvia incesante que parecía no tener fin.

En Cambados, dejamos atrás su famosa Plaza de Ferfiñanes en busca de un lugar donde aparcar que encontramos cerca del puerto marítimo y del Parador. En ese momento cesó de llover y pudimos pasear con un poco de tranquilidad. Admiramos esta plaza, cerrada en dos de sus lados por la fachada del palacio del mismo nombre, en otro lado la iglesia y por último, casas porticadas.

Ahora pusimos rumbo a la Isla de la Toja. Atravesamos el puente que más de una vez había visto por televisión y aparcamos junto a un “centro de artesanía” para hacer un poco de “guiris”. Luego fuimos al final y andamos lo que la lluvia nos dejó por un paseo junto al mar rematado con una especie de jarrones con pequeñas pitas de principios del XIX donde se respiraba cierta atmósfera algo decadente y que parecía cerrar un parque donde una curiosa iglesia cubierta toda de vieiras rompía en cierto modo este extraño ambiente creado por el día gris, la lluvia, el edificio y paseo de aspecto semi abandonado.

La hora de la comida nos volvió a sorprender y decidimos hacerlo en la famosa playa de la Lanzada que encontramos sin problemas. Toda una belleza, de arena casi blanca, fina, contrastando con el azul de mar y el blanco de las olas que reventaban pausadamente , extendiéndose sin prisa hasta morir en la arena...Pero tengo que decirlo: no es más bonita que la de Xuño.

Tan solo unos momentos antes el sol consiguió abrirse paso sobre las nubes. No pudimos resistirnos y pese a tener ya hambre, nos dimos un breve paseo antes de comer. Durante nuestra comida disfrutamos de las vistas sobre esta hermosa playa en toda su belleza y soledad. Luego, de regreso, paramos en el gran aparcamiento que está hacia la mitad para contemplarla desde otro punto, rematando esta secuencia de postales con una parada en la pequeña ermita marinera que cierra esta hermosa playa y desde donde pudimos disfrutar de unas preciosas vistas que incluian una deliciosa cala de arena dorada que brillaba aún más al ser iluminada con el sol de primera hora de la tarde.

El Monasterio de Armenteira
Y continuamos hacia lo que sería nuestra siguiente parada: el Monasterio de Armenteira, que nos costó encontrar, ya que si bien aparece señalado en la carretera en Samieira, luego la señal al pie de la carretera principal, aparece justo en el sentido contrario a nuestra marcha. Como esto también nos ocurrió buscando el Dolmen de Xeito, ibamos mirando las señales hacia atrás. Curiosos los gallegos. Cierto es lo que había leido y nos habían dicho, que el sitio era precioso, pero la portada del monasterio quita el hipo: en un románico elegante y sobrio y espléndidamente conservado con un rosetón de una hermosa filigrana y enclavado en un precioso lugar. Merece la pena desviarse a este mágico lugar y dedicar unos minutos a contemplar este delicioso conjunto.


Combarro
Rumbo ya a nuestro destino por hoy: Combarro, a su puerto, en donde encontramos bastante sitio donde aparcar, dejando atrás, a unos 300 m, la plaza principal de la que parte el recorrido por este especial lugar.

Aunque estábamos cansados, la luz del atardecer con ese color especial, nos invita a dar un paseo por Combarro, breve, pero intenso. Los hórreos se suceden unos a otros y frente a ellos...los restaurantes, las tascas y las tiendas de regalos, también. Aunque el lugar tiene su belleza, los plásticos de colores cubriendo objetos y diversos útiles almacenados bajo los hórreos, restan encanto al recorrido. Me resulta muy chocante, anacrónico y a veces hasta antiestético. Pero nuestra curiosidad nos dirige hacia la playa y la marea baja nos descubre una vista de Combarro distinta y nos hace “comprender”, si es que puede llamarse así, este conjunto que desde aquí sí que resulta armónico. Cuando la marea está alta, el mar debe llegar a las mismas puertas y calles del pueblo. La primera edificación es el hórreo y tras ella, aparecen las viviendas. Así, desde la playa, se puede contemplar un conjunto estupendo de hórreos en primer plano y viviendas detrás. Luego, una calle y casas de piedra soportadas con pequeños pilares también de piedra por debajo de los cuales se podía andar, aunque bastante estrechas posibilitando el paso a una persona y con estrechez.

De regreso encargamos otro pulpo que nos cenamos gustosos junto con otros manjares. A las 10,30 nos vamos a la cama.

Un día místico: Cabo Home
Las 9:00 nos sorprende en la cama. Ha llovido a ratos, pero el día parece con “nubes y claros” brillante con un espléndido sol que lo ilumina todo. Me acerco a la panadería para comprar pan y alguna que otra exquisitez y “peco” con trozos distintos de tarta de queso caseras. Partimos hacia hacia el sury sobre la marcha decimos acercarnos a ver los petroglifos de mogor muy asequibles desde la misma carretera. Disfrutamos, como no, de su hermosa playa y también, casi en completa soledad. El día comienza a abrir y dejamos atrás otra hermosa playa, la de Aguete, para llegar a Bueul, al mercado de abastos, donde nos sorprende la calidad y variedad del pescado recien cogido y no podemos resistirnos a comprar unos langostinos y navajas antes de continuar hacia Cabo Home a donde llegamos pasada media hora de la una. Tras pulular asomándonos aquí y allá, decidimos ir al Monte O’facho, consejo del mismo amigo del foro de AC pasión y que encontramos siguiendo “a donde va la gente” por un ancho camino hasta llegar a una oxidada vagoneta con carriles que ascendían por la montaña y un cartel que informaba de las excavaciones del poblado de Beobriga. Continuamos por la izquierda ascendiendo hasta llegar a un espectacular mirador desde el que a vista de pájaro se divisan las islas Cies, la Isla de Ons, la Ria Viguesa y una escarpada costa donde rompían las olas a nuestros pies. Los colores verde, con amarillos, azules, violetas y blancos de esta preciosa e incipiente primavera tapizaban las laderas hasta caer al mar. Vivo contraste de colores. Y de la serenidad de estas laderas que se deslizan hacia el océano a la bravura de las aguas que rompen contra las rocas. Todo un espectáculo de una belleza difícil de describir porque es de la que genera emociones resultando una combinación que solo permite la contemplación. Una pareja de mariposas grandes, de colores amarillo y negro (Iphyclides podalirius, según el experto) revolotean juguetonas subiendo y bajando y haciendo cabriolas. Disfrutamos de la paz, el silencio, la armonia y la belleza de todo lo que se extendía a nuestros pies hasta donde la vista alcanzaba. Fueron unos momentos mágicos, casi....místicos, aunque pueda resultar algo cursi.
Tras acercarnos a ver las excavaciones, descendimos para poner rumbo al faro que pudimos ver a lo lejos desde el mirador. Una ancha pista con agujeros que tuvimos que sortear, nos lleva hasta una pequeña entrada que descendía y que parecía llevar al faro. Dejamos allí la auto, comimos gozando de unas vistas espectaculares y comenzamos el paseo, que, tengo que confesar, no me apetecía mucho. Pero pronto me sentí como la protagonista de una de esas películas en la que los personajes corren por los bordes de preciosos acantilados tapizados de color verde. Pero aquí, la primavera gallega había dotado de más colores a este hermoso tapiz. Y al fondo, las siluetas de las islas Cies y la de algún que otro barco que entraba en la ría.

Había dos faros, uno esbelto de color blanco y azul sobre unas cortantes rocas contra las que se estrellaba ritmica y ruidosamente las olas, y otro rechonchete de color rojo. “El punto y la i”. De regreso nos acercamos a la hermosa playa de Barra descendiendo unos metros entre helechos y pinos hasta dar con una recogida cala de fina arena casi blanca. Toda una belleza. Paseamos disfrutando de la soledad y nos sentamos tratando de asimilar toda su hermosura, absorbiendo en silencio todo lo que nuestros sentidos nos proporcionaban: el suave movimiento de las olas, su sonido al romper, los colores y la suavidad de la arena.

Como nos dijeron, regresamos por otro camino, aunque en épocas de poca gente se podría regresar por el mismo de ida. Dejamos un tercer faro en el que no paramos de puro cansancio y la pista se estrechó. Además estaba peor que la de ida y algunas ramas de los eucaliptos estaban bajas. Menos mal que fue corto, pero en algún momento dudamos si nos habríamos equivocado. Sin duda, la otra pista es mejor, más ancha y con mejores vistas.

Pusimos rumbo a los alrededores de Nigran a buscar un buen sitio para dormir, lo que encontramos en la playa de Monte Ferro, en la primera explanada frente al mar y las islas Cies, protagonistas hoy de nuestro día, marco incomparable para finalizar esta “mística” jornada.

Monasterio de Oia y Baiona
Para ser el último día, amanece con tiempo tipicamente gallego: nublado, gris, con niebla que cae un poco sobre las islas Cies. Pero no llueve y nada que ver con el día de Boiro, que jarreaba.

Nos dimos lo que sería nuestro último paseo por la playa y salimos en busca de Monte Ferro, ardua tarea, ya que, una vez más, las señales brillaban por su ausencia. Arriba, abajo, izquierda, calle cortada…, bueno, es primera hora de la mañana y todo tranquilidad, así es que nos podiamos permitir este deambular. Instintivamente dimos con la carretera que tomamos hacia arriba donde nos espera un monumento de la época franquista y unas bonitas vistas del Atlántico, Baiona a nuestra izquierda y las pequeñas y cercanas islas Estelas. Me volví a enojar por la suciedad. No puedo comprenderlo y que me perdonen los gallegos si alguno se siente ofendido, por que nada más lejos de mi intención. A lo largo de estos días hemos disfrutado de paisajes idílicos, playas paradisiacas, rincones encantadores…regalo tras regalo de una naturaleza que ha sido generosa con este pueblo. Pero también hemos visto suciedad: el mirador de la Curota, por ejemplo, estaba lleno de bolsas de plástico, papeles, cajetillas de tabaco…, la playa de esta noche, pese a tener contenedores de basura, tenía bolsas tiradas escondidas por cualquier rincón, y en este mirador igual, papeles, envoltorios grandes, pequeños, bolsas,…y añado que en cualquier rincón uno puede encontrar restos de “humanidad”. Esto, y la falta de una señalización adecuada y un mayor cuidado por estas joyas naturales o culturales, me ha cabreado bastante. Parece que faltara infraestructura sólida y buena para mantener y potenciar todo este atractivo, que es mucho más del que imaginamos.Es como sostener arena en la mano con los dedos abiertos: aunque algo se retiene, se escapa mucha. Repito, que nadie se sienta molesto, ni agredido. Guarros los hay en todos los sitios, pero la suciedad se nota y desentona aún más donde la belleza es tan ostentosa y donde se ha derrochado tanta.

Y en estas reflexiones llegamos a Baiona. Problemas para aparcar, pero un poco después del parador y en la misma calle, pudimos dejar la auto. Nos adentramos por sus calles entre casas de piedra, que respiran un aire austero y elegante. Compramos pan y otra vez “pecamos” comprando un trozo de empanada de zampurriñas y bacalao al peso para la cena. Salimos al puerto y fuimos a visitar la réplica de la Pinta. 1 euro cada uno y solos de nuevo. (Es una delicia y todo un lujo poder ir “contracorriente”. Mañana seguro que será diferente).

Tras la breve e interesante visita (su tamaño no dá para mucho más) que sirve principalmente para reflexionar sobre cómo y en qué condiciones un grupo de 26 hombres capitaneados por uno de los hermanos Pinzones se lanzaron hacia lo desconocido. Pusimos rumbo a A Guarda buscando en Villadesuso los petroglifos de Auga Dos Cerbos, pero nadie supo decirnos donde: “para allá, por el monte, pero éste es muy grande” así es que continuamos al Monasterio de Oia, único por encontrarse junto al mar. Un cartel informaba que si se quería ver la iglesia se preguntara en el estanco, y aquí a la vecina. A nuestra llamada, se asomó una gallega de 83 años, que ligera para su edad, nos cobró 1 euro por persona. La iglesia es un joya y destaca la bóveda estrellada a la entrada que sostiene el coro al que no se tiene acceso y que según esta señora está intacto. Pero todo el conjunto es muy hermoso. Unos frescos arriba del altar representan al rey Alfonso VII y a su hijo Sancho IV. Muy enfadada nuestra gallega porque nadie hacia nada por ese Monasterio, porque los que supuestamente iban a hacer un hotel de cinco estrellas, no querían restaurar, sino construir en los terrenos, porque Zapatero no hacía nada… Al salir nosotros, entró otro grupo y allí la dejamos, velando por esta joya que a su vez velaba por ella, manteniéndola con esa envidiable vitalidad.

Los molinos de Folón y Picón.
De camino a A Guarda aparece una desviación que nos indican los molinos de Folón y de Picón. Sin problemas llegamos a los de Folón en un bonito lugar sombrio, junto a la carretera y un plano con información acerca de la ruta completa de unas 2 horas de duración. Sabiendo que estaban cuesta arriba y “machacados” como estábamos, no teniamos muchas ganas, pero en el mismo plano vimos que había otro acceso, más cercano a la propia carretera que éstos, así que decidimos intentarlo. Pero de nuevo la escasez de señales nos obliga a preguntar hasta que un lugareño nos aclaró que lo buscábamos eran los molinos de Picón y nos indicó como encontrarlos. Una señal y una estrecha carretera que subimos con los dedos cruzados para no encontrarnos con nadie de frente, nos lleva hasta un ensanche con casas donde caben dos turismos en la cuneta. Después de comprobar que no podiamos continuar y confirmarlo preguntando, dimos la vuelta, aparcamos y armada con mi bastón que se ha hecho indispensable y un paraguas, iniciamos la ascensión por un precioso bosque de pinos y helechos.

Enseguida aparecen los molinos. Son construcciones pequeñas, cuadradas, en cascada, es decir, uno tras otro aprovechando la pendiente. El agua corre transparente y cantarina por un estrecho canal artificial entre una abundante vegetación de un molino a otro. El camino está perfectamente señalizado y va ascendiendo lentamente por la ladera. En uno de los primeros, el único, se puede observar la rueda metálica que hace girar el agua y que a su vez pone en funcionamiento la piedra de moler. Tambien es facil observar el camino por el que subían los carros tirados por ganado, y en algún sitio, las rodadas que han conseguido horadar la piedra tras tres siglos de pasar por el mismo sitio.

El conjunto de los molinos de Picón son 31 distribuidos aquí en un marco de incomparable belleza. Los molinos se van sucediendo a lo largo del pequeño canal entre pinos, disfrutando de una soledad total. Arriba del todo, la impresionante panorámica del valle y el Monte de Sta. Tecla.
Continuamos por una planicie hasta llegar a la vertiente de Folón, donde los estrechos senderos y escalones de piedra se mezclan con flores y helechos. Esta zona carece de arbolado y el camino ha sido sustituido por una senda que asciende zigzageante. Nos asomamos a un mirador y se pueden admirar perfectamente este grupo de construcciones. Decidimos descender para disfrutar más de ellas y en un punto determinado podemos admirar un grupo hacia arriba y otro hacia abajo. El cauce no está tan bien conservado como en los molinos de Picón, pero prácticamente en todos se puede acceder al interior pudiendose observar en algunos el agujero por el que salía el eje hacia la rueda que movía el agua, y además esta vertiente tiene añadido el atractivo de poder ver grupos de molinos mejor que por la otra vertiente al carecer, al menos en este punto alto, de arbolado. De los 36 que al parecer están en esta ladera, se pueden ver perfectamente unos 10 o 12. Contemplando este conjunto único se nos olvidó el cansancio, la hora que era (las 14,30) e incluso los años que ya nos pesaban. Nos resultó espectacular y merece la pena hacer el esfuerzo. La ascensión por la vertiente de Picón se nos hizo breve entre foto y foto, asomándonos, admirando el entorno, oliendo ... Seguramente que por la otra será similar.

Y ahora creo que he disfrutado de muchos momentos mágicos en este breve viaje por tierras gallegas, pero destaco especialmente tres: en la catedral de Santiago, en la cumbre del monte O’Facho y hoy, en estos molinos.

Santa Tecla
Descendimos ya a las 15,15 y decidimos buscar un sitio sombreado donde comer par continuar nuestro camino hacia A Guarda a donde llegamos casi sin darnos cuenta. Paseamos por el magnífico castro de Santa Tecla observando en estas construcciones circulares los “vestíbulos” en los que al parecer tenían hornos de piedra. Era la primera vez que los veía. Normalmente solo he podido ver la construcción circular. Interesante es también la reconstrucción de una vivienda con su interior.
Una vez más echo de menos las explicaciones en castellano, e incluso en otro idioma. Y me pongo en los zapatos del viajero que, a parte de su lengua, chapurre algo de castellano (como yo el inglés). Con estos carteles no se enterará de nada.
Y continuamos hasta el mirador para pararnos a contemplar la impresionante desembocadura del río Miño en el atlántico con sus distintos tonos y colores y unas preciosas “vistas de pájaro” pero….con bastante gente.

Y dejamos atrás esta ciudad para encaminarnos a nuestro lugar de destino, punto final de esta etapa y de nuestro viaje por estas rías bajas: Tui.

Tui
Antes de entrar en la ciudad, dejamos a nuestra izquierda el área, pero, aún sabiendo que las coordenadas estaban mal, lo intentamos. Tuvimos que dar la vuelta y como alguien describió muy bien, está a la entrada (o salida) de Tui junto a un puente de hierro. Había 4 autos, aunque 3 eran portuguesas que marcharon enseguida. Es pequeña, pero tranquila, una fuente, una vulgar alcantarilla y otra más pequeña cubierta para el vaciado de Wc. Aparcamos e intentamos hacer una visita esta ciudad, comenzando por la catedral de impresionante fachada gótica y con apariencia de fortaleza con torres almenadas. Pero el interior estaba ya cerrado, por lo que me quedé con las ganas. Paseamos por sus empedradas calles hasta la iglesia de S. Telmo, al parecer ejemplar único del barroco portugués en Galicia, y hasta el convento de las Clarisas y su túnel, uno de los rincones más famosos de esta ciudad, junto con el paseo de la corredera, donde parecían acumularse todos los vecinos de esta ciudad dotándo de vida y alegría a esta calle rodeada de nobles edificios.

Y dimos por terminado nuestro paseo para finalizar el día y las cortas vacaciones deleitándonos con la empanada que habíamos comprado en Baiona y otras exquisiteces más. Y de este viaje solo he echado de menos una cosa: haber disfrutado de su afamada cocina pero por unas u otras circunstancias nos ha sido más cómodo comer en la auto, bien por las horas, por el lugar, por no encontrar un lugar adecuado o por puro cansancio por la noche. Pero amenazo con volver.


Mª Angeles del Valle Blázquez
Mayo de 2009