POR LAS ARRIBES DEL DUERO

LA RIBERA ESPAÑOLA


Tras 4 horas desde Madrid, llegamos a Aldeadavila de la Ribera un poco después de la puesta de sol. El area de autocaravanas aparece señalizada en la carretera principal y se sitúa junto al albergue juvenil. Cuatro plazas en un sitio muy tranquilo. Estiramos la piernas en un breve paseo por el pueblo hasta la plaza y regresamos preparándonos para dormir. Aunque la temperatura del día fue casi veraniega, por la noche el termómetro bajo obligándonos a poner un poco la calefacción . Y nos sorprende el “led” rojo que indica que no había gas. Cambiamos la bombona pero vuelve a ocurrir lo mismo con lo que empezamos a hacer un repaso mental: desde el otoño, aquel fin de semana de escapada a los pueblos de la arquitectura negra en que se acabó una bombona, ésta no había sido sustituida por otra.. La noche no nos preocupaba pero no podríamos desayunar. Y lo peor: mañana sería festivo y en la lista de gasolineras de Repsol que venden butano/propano la más cercana aparecía en Salamanca. Angel dijo que con pan y chorizo no había problema. Para él, no para mi que creía tenerlo todo controlado.

La noche transcurrió tranquila. A las 8,30 salimos con el estómago vacío a buscar gas a la gasolinera de Repsol de Masueco y como era previsible nos envían a Vitigudino: 30 km de ida, otros tantos de vuelta y sin saber si el distribuidor tendría abierto, que casi “que iba a ser que no”al ser festivo.. Me armé de valor y un poco de cara dura y entré en una tienda preguntando a un grupo de lugareños si sabían de algún vecino que tuviera dos o tres bombonas para venderme una, y …afortunadamente hay gente buena en todos los sitios y apareció un alma caritativa que nos trajo a nuestros pies aquella providencial bombona. Este gesto solidario con unos desconocidos nos apaño el fin de semana quedándole profundamente agradecidos.

Partimos tranquilos en busca del Mirador del Fraile. Ningún cartel en Aldeadavila nos lo indica. Pero preguntando se llega a Roma: desde la panadería situada en la carretera general hay que ir hacia arriba donde aparece una señal que nos desvía a la derecha. Una olvidada carretera con buen firme nos lleva hasta una central eléctrica donde aparece una señal que indica el Picón de Felipe, otro mirador, a donde decidimos ir después. Comienza un descenso con unas vistas no aptas para los que padecen vértigo, hasta que tras dos o tres pronunciadas curvas que nos hacen cambiar el sentido terminamos en un aparcamiento que dejamos atrás para encontrarnos unos 100 m después con unas enormes puertas que cierran la carretera y una señal del mirador. La soledad es completa y las vistas absolutamente espectaculares. Nuestros ojos descienden por escarpadas pendientes desplomándose al vacío, hacia el fondo del impresionante cañón excavado por el río Duero, dejando a nuestra izquierda la presa de Aldeadávila y perdiéndose en el horizonte por nuestra derecha. A veces tengo una ligera sensación de vértigo cuando me asomo al río.

Regresamos y dejamos la autocaravana en la señal que nos indicaba el Picón de Felipe para llegar después de un paseo de una media hora por un estupendo camino de piedras hasta este mirador. Son solo las 10 y hasta las 12 no sale el barco que nos llevará a lo largo de un tramo del Duero. Un airecillo fresco me obliga a cerrar mi chaqueta, aunque no hay ni un solo árbol que nos dé su sombra (ojo en verano).

Las vistas desde el Picón de Felipe son también impresionantes abarcando a nuestra izquierda hasta la presa y extendiéndose por la derecha a lo largo del río hasta perderse en el horizonte, descendiendo también por las escarpadas pendientes. Es un cañón espectacular, un impresionante “tajo” dado en un terreno poco accidentado al fondo del cual circula el río.

Regresamos aun sin desayunar y decidimos dirigirnos al embarcadero un poco preocupados por lo que habíamos leido en cuanto a curvas que cambiaban de sentido con un pronunciado desnivel. Comenzamos a descender y pudimos disfrutar del incipiente vuelo de dos alimoches, un joven y un adulto en busca de la corriente cálida que los elevara de los que, por su baja altura, pudimos distinguir claramente con nuestros prismáticos el color amarillo intenso de su pico, el plumaje y la peculiar forma de su cola. Tras disfrutar en completa soledad de este espectáculo gratuito, continuamos bajando. Animados por lo sencillo que nos pareció este descenso, dejamos atrás el aparcamiento de autobuses que no tenía buena pinta y continuamos unos metros más hasta un pequeño ensanche en la carretera cerca ya del embarcadero. Eran tan solo las 11 por lo que desayunamos con tranquilidad. Media hora después comenzó un desfile de turismos y nos sumamos a la romería. Habiamos hecho la reserva por teléfono a través de Internet (http://www.corazondelasarribes.com/. Teléfono: 627 637 349 corazondearribes@gmail.com ) nos habían facilitado los datos de la cuenta bancaria donde efectuar el ingreso (15 euros/persona) garantizándonos la devolución 24 h antes si ocurría cualquier percance que nos impidiera la excursión.
A las 12:00 comenzamos a embarcar y cinco minutos después empezó el recorrido por el Duero. El barco está todo cubierto de cristal con la posibilidad de abrir las ventanas hasta prácticamente el techo en caso de buen tiempo de tal manera se puede ir al aire libre permitiendo una visibilidad completa en cualquier dirección. El barco tambien esta equipado con aire acondicionado.
Mientras descendemos, la guía nos va contando historias sobre las gentes que habitaban esta zona (cabreros y contrabandistas principalmente) sobre su forma de vida, la extraña simbiosis entre los cabreros y las aguilas reales, la construcción de la presa, la fauna de la zona de la que podemos disfrutar ya que se muestra como una experta conocedora de ella así como de los lugares de nidificación y de su flora. De sus explicaciones y forma de transmitirlo se podría deducir, no sólo su profundo respeto por este privilegiado y especial entorno sino también por la forma de vida de sus gentes, en especial por el único cabrero que quedaba en la zona, quien nos esperaba sentado en lo alto de un risco acompañando a sus cabras

Todo el descenso, que duró prácticamente una hora, estuvo acompañado por las explicaciones de esta persona quien hizo el recorrido, no sólo ameno, si no muy interesante. Puidimos ver el nido el aguila real, ésta en vuelo, buitres, buitreras, cormoranes…y en la ribera portuguesa con su microclima especial, cultivos de naranjos y alguna platanera. Todavía retengo en mi memoria el “soniquete” monocorde de los guías que acompañaban nuestras visitas escolares en los años 70: cansino, monótono, aprendido y recitado mil veces sin interés y careciendo de la base necesaria. Este no era para nada el caso. Hice un par de preguntas, una sobre los cormoranes demostrando una vez más ser una gran conocedora de la fauna de la zona, y otra un poco más “filosófica” acerca de la forma de vida de los cabreros.

Luego, Javier, del que luego hablaré, nos dijo que el proyecto del barco lo pusieron en marcha la guía y su capitán y que en el pueblo eran señalados como “los locos”. Curioso cuando esta zona ha dependido de este río y seguramente ellos pusieron la primera piedra para su explotación turística o al menos, si no fue así, seguro que fueron determinantes. Mi admiración por esta pareja de emprendedores, quienes además suman su gran respeto por la conservación de un entorno único.

A las 13,30 nos dirigimos a Pereña para acercarnos al Pozo de los Humos a donde llegamos casi una hora después tras recorrer unos 3 km por una pista de tierra en buen estado hasta un merendero en donde una vaya cerraba el paso a los vehículos. Y después de comer comenzamos a andar siguiendo la pista forestal. El sol era de “justicia” y decidí ponerme ropa de completo verano, y no me equivoqué.
Cerca del final de la pista y del mirador, encontramos a Javier con sus prismáticos con quien mantuvimos una breve charla en la que nos dijo entre otras muchas cosas, que vigilaba que la gente respetara esta zona en época de nidificación. Nos habló del aguila perdicera y como nosotros no sabiamos distinguir entre las distintas rapaces nos mostró una lámina plastificada que nos resultó muy útil para identificar durante nuestro regreso el vuelo de una de ellas sobre nuestras cabezas.

Dejamos a javier y nos acercamos al mirador. Desde arriba se contempla una espectacular cascada que se precipita a una poza desde unos 60 m de altura. Emprendimos el descenso, algo penoso ya que la pendiente es muy pronunciada y la vereda está en mal estado. Tras unos 30 o 40 minutos de descenso asegurando casi cada paso que dábamos en muchos lugares, llegamos al pie de la cascada. Realmente su contemplación desde aquí merece la pena el paseo. De pedrusco en pedrusco la bordeamos por un lateral hasta llegar a otro pozo casi gemelo a donde no llega la luz. En invierno debe caer también una cascada por este lugar, pero ahora estaba seca quedando sólo el agua del pozo encajada entre paredes completamente verticales. Por encima de nosotros colgaba un pequeño mirador a donde se llega desde Masuecos y que deja la cascada a los piés, pero que al parecer carece de camino para bajar.

Mucha gente, demasiada para este lugar en el que carteles informan de su protección. Comenzamos el duro ascenso con un calor que se hacía casi sofocante. Debe ser la “pila” de años que hace cada vez más difícil superar bien estos andurriales de cabras con estas pronunciadas pendientes.

Congestionada por el calor y el esfuerzo iba buscando las sombras donde poder recuperarme parcialmente, pero no era la única, nuestra perra Mara iba haciendo lo mismo. Arriba estaba aún Javier quien nos ofreció agua en un botijo de fabricación propia y artesana y con cierto sabor a anís ¡mi reino por un vaso de agua!. Casi se lo dejamos seco aunque nos confesó su sorpresa por nuestra forma de beber. Dijo que no pareciamos de Madrid y es que Angel proviene de una familia de alfareros donde el botijo era protagonista fundamental y yo, pues como muchos niños de los 60, con abuelos campesinos pasábamos nuestros veranos en los pueblos de nuestros padres, y el botijo formaba parte del “paisaje”. Javier nos contó que era un “exiliado” voluntario de Madrid, geógrafo de profesión, pero absorbiendo rápidamente conocimientos sobre la fauna del lugar. Nos dijo que este invierno había estado haciendo de herpetólogo, vamos, para los mortales como yo, especialista en anfibios (aunque Angel sabía lo que era, yo demostré mi más absoluta ignorancia sobre esta “apasionante” ciencia y expresé “¡pero…¿Qué coño es eso?!”). En fin, que nos habló de la pobreza de la zona a donde había llegado la telefonía movil tan solo hace unos meses y donde todavía no había Internet y otros datos que hicieron que nos resultara algo paradójico el “despegue” turístico de esta zona con un gran potencial, con la mentalidad de alguno de los ediles que no parecía ir a la par.

LA RIBERA PORTUGUESA
De regreso al area aquella noche pernoctamos cuatro autocaravanas. Sobre las 8,45 partimos hacia el Duero pero a Portugal. Recorrimos llanuras salmantinas donde se veia mucho ganado. Nos cruzamos con un lugareño que volvía del campo tirando de su mula cargada con un arado romano. Continuamos hasta Saucelles y la presa en el río Duero que marca la frontera. Nos llama la atención que casi todas las laderas estén cultivadas de olivos y almendros. Seguimos las indicaciones del tomtom que nos mete en un pueblo en el que la estrechez de sus calles nos hace dudar de si cabremos o no. Callejuelas adoquinadas y viejecitas pequeñitas y arrugadas vestidas todas de negro con pañuelo en la cabeza también de este color y de edad indescriptible observan nuestro paso. Revisamos nuestro mapa y comprobamos que nos va metiendo por carreteras comarcales, pero decidimos seguir haciendole caso.

El paisaje está desarbolado poblado de grandes bloques de granito. Unicamente retama blanca junto con otros arbustos de nombre desconocido ponen un punto de color a un paisaje que resulta algo aburrido. Cuatro horas después llegamos a Pocinho a reencontrarnos con el Duero. Un fuerte olor a aceite llena el lugar. Encontramos la estación sin dificultad. Son las 11,25 y hemos de esperar al tren de las 13,20, pero vemos bastante gente en el andén. Al preguntar nos dicen que allí es una hora menos.¡Qué suerte la nuestra! Falta tan solo una hora para tomar el tren de las 11,20, tiempo más que suficiente para poder preparar unos bocadillos, bebidas y la documentación de Mara. Esperamos en el andén con otros pasajeros.
El tren llega enseguida. Es viejo, pero limpio, cuidado y cómodo. Algún asiento de cuero roto está remendado con esmero. Tan solo 3 pasajeros más ocupan nuestro vagón. A la hora en punto partimos y el revisor nos pide el pasaporte de Mara que repasa cuidadosamente (hemos estado a punto de dejarla en la autocaravana y solo unos minutos antes nos hemos acordado de que para viajar con ella podría ser necesaria) .



Enseguida comenzamos a disfrutar de lo que sería un viaje delicioso. El tren discurre con el “chucu-chucu-chaca-chaca” paralelo al Duero y ambas márgenes aparecen cultivadas en bancales perfectamente cuidados de olivos pero principalmente de vides que darán la uva para el preciado vino de Oporto. Las condiciones climáticas de este lugar hacen muy valioso cada centímetro de esta escarpada pendiente que conduce el Duero hasta su desembocadura hasta haber conseguido arrebatar a la naturaleza casi su vegetación autóctona para hacerla producir hasta donde la vista se pierde este especial caldo.Pero ahora las vides no han brotado. En septiembre u octubre esto debe ser espectacular.

Atravesamos pequeños túneles, puentes, estaciones y apeaderos, siempre con el río, primero a nuestra derecha y luego discurriendo a nuestra izquierda, plácido, tranquilo, denso, reflejando lo que en sus orillas hay. La monotonía de los cultivos de las laderas solo es rota por las bodegas y casas de los viticultores. Los cormoranes pueblan el Duero y alguna que otra barca flota dormida en sus orillas. Y además el encanto añadido de la tranquilidad: no había turistas rompiendo con sus trajes de llamativos colores, sus cámaras fotográficas colgando, gritando o moviéndose convulsos de un lado a otro tratando de absorver todo lo que veían (igual que nosotros). Solo nos acompaña gente sencilla que iba o venía de sus trabajos, de visitar familiares o amigos, de sus quehaceres diarios.

El viaje nos costó 26 € ida y vuelta a los tres (6 € pagó Mara). Los perros pueden viajar en el tren atados y con bozal (la nuestra, aunque lo llevábamos, no se lo pusimos) en perfectas condiciones de salubridad (para lo cual piden el pasaporte) y en el suelo. Si van en una caja no pagan billete.

Antes de nuestro destino, nos sorprende la bonita estación de Pinhao. Aquí el Duero se abre mucho más haciéndose más manso dulcificándose el paisaje. Realmente el paseo de mayor interés y más bonito sería hasta aquí, pero nosotros habíamos tomado billete hasta Regua a donde llegamos una hora y veinte minutos después de nuestra partida. Dejamos la estación donde varias mujeres vendían en cestos sus famosos caramelos para bajar paseando paralelos al río. A las 14,15 hora española -13,15 hora portuguesa- encontramos un sitio fresco a la sombra de una iglesia para tomarnos unos bocadillos que nos supieron a gloria, y es que el calor era de justicia. No sé que tiempo debe de hacer aquí en agosto, pero a 20 de marzo la ropa es de verano.
Seguimos luego una calle que parecia la parte más antigua de la ciudad y que discurría paralela al río a media ladera, pero pronto terminamos en la estación. Faltaba mucho tiempo aún así es que entramos en una especie de almacen cercano a ésta donde exponían y vendían varios tipos de oporto, donde compramos algunas botellas.

Y tomamos el tren de vuelta hasta nuestro origen disfrutando de nuevo del paseo con otras perspectivas. Esta vez en el vagón contiguo un grupo de españolas más que maduritas rompía el silencio con sus canciones. Visto desde fuera resultaban algo molestas. Ya en Pocinho dimos por concluido nuestro viaje y comenzó el regreso que iniciamos hasta la caída del sol a unos 30 km de Vilarformoso, en Vilar Torpín, pueblo llano y de amplias calles.
Tras nuestro descanso nocturno, paramos en Vilarformoso para recordar tiempos pasados. A la entrada, en un aparcamiento estupendo para autocaravanas y caravanas, dejamos la nuestra y vimos que los ocupantes de una inglesa se acercaban. Preparando, como estaba, nuestro viaje de verano a Irlanda, me acerqué a preguntarles por algún libro, publicación o página web que tuviera sitios de pernocta o areas de servicio en Irlanda. Su respuesta fue negativa y además, aprovecharon para preguntarme por lo mismo en España. Dedujimos que debían venir de pasar el invierno en Portugal y estaban de regreso a su lluviosa isla.

Tras hacer algunas compras, pusimos rumbo a casa a donde llegamos por la tarde sin novedades y tras 880 km desde que salimos.


Mª Angeles del Valle Blázquez

Mayo 2009
















































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